Sonidos delgados repican en el translúcido vidrio de un amor soñado o divino.
Arcángeles oscuros con estacas de férreo pino asedian los muros del lugar donde no caben abrazos seguros.
Luces en eterna vigilia espían a las tardes y a las noches de exiliados días.
Manantiales de tinieblas riegan tu cielo y mi tierra con gotas de pertrechada tregua.
Luceros lejanos hasta un mar de cercanía y desencanto caminan despacio.
Una espada de hoja oxidada desafía a una vanidosa y refulgente nada.
Acechantes malgastadas caricias se diluyen por no devengar en ensalivada brisa.
Un halo eterno se alía con el propio tormento y su entronizado cortejo.
Cuando se desatan al unísono recuerdos y sueños se sumerge el yo en misterioso universo.