Me emplazaste para invocar a la propia esencia de la lealtad , sudorosa , por el ungido bochorno de la violácea ansiedad .
Me ofreciste en pago la aterida sombra de tu figura , como al mismo Sol engulle una noche oscura.
Me recordaste embalsamados pecados , de la misma manera que un hijo bastardo impreca a la suerte y a sus ladinos dados.
Me hablabas mientras desfilaban auroras de marchitas esperas por las gastadas aceras , que mudas de desidia , ni tan siquiera se desesperan.
Me señalabas con desnudo dedo el sempiterno y abovedado Cielo , proyectando requiebros y desvelos.
Conjuraste al ciego desdén que , de crepuscular puerto , se aproximaba en negro bajel.
Me arrastrabas hacia galerías enclaustradas , con tu alma tullida , ebria de irreal mañana.
Me mostraste la punzante daga que , devorante , socavaba la garganta de aquella delgada mañana.
El insondable vértigo y éxtasis del inescrutable querer a una mujer.
El insondable vértigo y éxtasis del inescrutable querer a una mujer.